A Em, de Lucho Martínez, vale la pena ir por dos cosas: la primera, porque es la reinterpretación, luego de una larga pausa, de un restaurante que ya existía y nos encantaba, llamado Emilia (estaba justo arriba del bar Tachinomi Desu en la Cuauhtémoc, enfrente de otro extinto lugar llamado Tokyo Bar). La segunda, y quizá la más importante, porque se toman en serio el menú como una oportunidad para explorar al máximo su creatividad.
Ubicado en Tonalá 133, no resulta casualidad que omakase sea una palabra utilizada para decir “tú decide por mí”, y al mismo tiempo sea una de las alternativas más recomendadas que tienes en este lugar para cenar. Aunque también está la opción de pedir a la carta, soltar el control puede ser catártico, y en Em la clave reside en diez movimientos aparentemente sencillos. Por aquello de la cuarentena, este mismo menú puede ser imitado en casa: omakasa.
Aunque diez platillos puede parecerte demasiado, las porciones están calculadas para que puedas probarlo todo sin sentirte satisfecho, tan solo hasta que termines el postre. Si lo tuyo no es dejarte ir, la carta por sí sola tiene 17 platillos distribuidos para seis tiempos.
Todo lo que se sirve en Em cambia de manera constante, derivado de los ingredientes que están disponibles en el país según las diversas temporadas. Nada se fuerza en este lugar, se trabaja con lo que se tiene. Esto también tiene que ver con la creación de un comercio realmente justo, donde se colabora con proveedores locales para que los ingredientes sean frescos y de una calidad inmejorable.
Inspiración oriental con ingredientes mexicanos
Si bien Lucho Martínez toma como inspiración la idea de ponerte en manos del chef con distintos platillos, en sus preparaciones incorpora ingredientes mexicanos creando una fusión muy especial.
Así pues, puedes encontrar entradas como croquetas de escamoles con emulsión de chiles secos y quesillo, hasta un atún con tamari, cilantro y serrano que se puede comer con las manos. Después, elotes baby rostizados con mantequilla de soya y yuzu al centro de la mesa para compartir como lo hacíamos antes de la pandemia; y un flatbread con queso Oaxaca, flor de calabaza, mejillón y almeja.
Los platos fuertes, en donde es mucho más visible la creatividad, incluyen pesca del día sazonada de distintas formas y porciones de carne. Finalmente, el omakase cierra con broche de oro con un delicioso postre. A nosotros nos tocó el chocolate fudge con sal maldon y una tartaleta de mamey con helado de pixtle y piñones.
Otra ventaja que tiene Em es que venden vinos naturales que son raros de encontrar, pero que además su sabor acompaña como ningún otro al menú tan especial que prepara su chef.
Un entorno ideal para una celebración
El lugar es muy particular, todo su mobiliario está diseñado para la comodidad de quien lo visita. En algún punto puede parecer un auténtico museo. Además, la iluminación no es tan fuerte, por lo que si vas en la noche, te sentirás como si estuvieras en casa, en medio tu sala.
En su interior, las pocas mesas que están iluminadas dan un sentido de privacidad, de intimidad, sin dejar de lado la elegancia. En términos generales, la idea de Em no solo es que te dejes sorprender por sus sabores, sino también que sientas en tu cuerpo el gozo de la libertad.
Sin lugar a dudas lo recomendamos para ocasiones realmente especiales, ya que aunque sus platillos son deliciosos, los costos son algo elevados. Tan solo el omakase cuesta $1800 pesos sin incluir las bebidas.