Surgieron en la Ciudad de México, específicamente en la calle Carretones 81 del barrio de la Merced. De ahí partimos para darte una probatida sobre el origen y los primeros años de los cacahuates japoneses, una botana preciada y riquísima de la gastronomía mexicana.
Hay muchos datos que, más allá de ser secretos, son importantes para entender la migración y la cultura culinaria de nuestro país. Así que fuimos con Edo Nakatani, chef del restaurante Fideo Gordo, quien nos contó su historia familiar. Sí, sus abuelxs fueron inventores del cacahuate japonés.
La migración, un nuevo proyecto y ¿muéganos?
Viajemos hasta la isla de Awaji en la prefectura Sumoto. Este lugar vio nacer a Yoshihei Nakatani, un joven de familia humilde que aprendió distintos oficios junto a sus padres y hermanos. Cabe señalar que durante su infancia trabajó en una dulcería japonesa.
La crisis financiera lo obligó a salir de su lugar de origen, así que llegó a México para unirse a una fábrica dedicada a elaborar botones de concha nácar. Su nuevo empleo estaba ubicado en La Merced, donde más tarde conoció a Emma Ávila y (luego de algunos conflictos familiares) lograron casarse.
Este no solo fue el inicio de un proyecto familiar, también de un nuevo negocio. Primero orandas, una fritura con harina y sal que estaba inspirada en una raza de carpas doradas. ¡Luego inició la producción de muéganos!
Yoshihei y Emma comenzaron a vender una receta que consistía en bloquecitos de masa inflada unidos con miel de piloncillo. Edo no está seguro si esta preparación fue el principio de lo que hoy son los muéganos en la Ciudad de México. Lo que es un hecho es que ambos postres fueron todo un éxito y abrieron paso a la siguiente invención.
¡Ya vienen los cacahuates japoneses!
Técnicas que Yoshihei aprendió en la dulcería fueron puestas en marcha en su propio negocio. Por supuesto, adaptaciones con la materia prima que podía conseguir y adecuaciones a los sabores que el paladar mexicano exigía. El toque de chile guajillo no faltó.
El papel de Emma Ávila fue primordial, no solo en la elaboración de orandas y muéganos, también en el origen de los cacahuates japoneses. Y es que además de su arduo trabajo en la preparación y venta, diseñó un par de máquinas que facilitaron (y aumentaron) la producción de cacahuates.
Una de ellas consistía en una especie de horno giratorio, una innovación sorprendente para la época y la falta de recursos. Edo Nakatani nos cuenta que el sistema de su abuela es utilizado en la actualidad por las grandes fábricas de cacahuate japonés. Por supuesto, con métodos y herramientas sofisticadas.
Toda la familia apoya el negocio
El negocio comenzó a crecer con el trabajo de padres e hijos. Había quien manipulaba los hornos, quien hacía la masa, quien empacaba en bolsas de celofán para la venta y quien se encargaba de las labores del hogar.
Los vecinos de la Merced frecuentaban la fábrica (también hogar de la familia) para llevarse algunas de estas delicias. Fueron ellos que motivados por el sabor, y con un toque de ingenio, bautizaron como cacahuates japoneses a esta receta. Aunque en realidad el proyecto se llamaba Productos Nipón.
Una receta nunca patentada
La pregunta obligada para Edo: ¿la receta de cacahuates japoneses está patentada? La respuesta es simple y conmovedora: no lo está. ¿Pero por qué no registrar una receta que, además de exitosa, es rica? Pues, simplemente, el abuelo de Edo nunca estuvo interesado en hacerlo.
Esta invención sacó a flote a la familia de Emma y Yoshihei; aminoraron los problemas económicos y le hicieron frente al desempleo y las repercusiones de la migración. Luego se convirtió en una fuente de ingresos para otras familias.
Yoshihei creía que esta receta podía ayudar a otras personas, a más familias y a otros migrantes. Es así que nunca hubo interés en patentarla.
Los cacahuates japoneses, el alma de la fiesta
En los puestos de revistas, las fiestas, la oficina y en casi cualquier rincón de la Ciudad de México los encontrarás, siempre deliciosos.
Ahora cada que comas cacahuates japoneses sabrás que su origen deriva en un cúmulo de reflexiones que, al igual que otras recetas en la gastronomía chilanga, son más que buen sabor.